La Ciudad de las Estrellas (La La Land) (2016)

 

En el fin de la magia.

Sin duda es el musical el género cinematográfico más engañoso de todos, y para otorgarle intención o voluntad, se hace imprescindible indagar en su génesis; sin olvidar el momento justo en que la popularidad reveló su fin último: la evasión de las masas. El 6 de octubre de 1927 se estrenó “El Cantor de Jazz”, primer largometraje comercial con sonido sincronizado. Un musical. Se inicia entonces un duradero romance con la audiencia. Apenas dos años después se produce el crac del 29; había comenzado la Gran Depresión. Hollywood se arremangó, asumiendo su papel dentro del sistema capitalista: una válvula de escape al alcance de todos –por el mísero precio de una entrada de cine–. Durante la década de los 30, el género experimentó un éxito rotundo. Los desesperados, en busca de una pizca de consuelo, se dejaron seducir por aquellas figuras que sonreían, cantaban y bailaban sobre las dificultades de una clase trabajadora sumida en la más absoluta de las penurias. El oropel revestía con brillos cada happy ending registrado en celuloide, alimentando el artificioso optimismo entorno al New Deal. La gente se olvidó de sus problemas, y no sólo durante unas horas. La eficiente industria del espectáculo –con la música como reclamo y el baile de aliado– se encargó de proveer de abundante material a un pueblo bien adoctrinado, incapaz de enfrentar la raíz de los problemas sociales. El truco funcionó… y sigue funcionando.

Arranca “La La Land” tras la presentación del CinemaScope, porque el formato de la ensoñación sí importa. Brilla el sol y la cámara desciende hasta el sofocante calor de una autopista embotellada. Un grupo de personas, revolcadas entre polución y agresividad, sudan y se entregan a la resignación dentro de sus latas con ruedas. La situación invita a recoger firmas para la mejora del trasporte público de la ciudad, por ejemplo, pero no. Por el contrario, estos mendas comienzan a bailar y cantar porque, joder, brilla el sol, y qué más da tirar a la basura dos horas diarias de mi puta vida, esnifando tubos de escape sobre una sartén de hormigón, cuando puedo aligerar mi carga cantando “Another Day of Sun” (una canción sobre adolescencia, noches de verano y lo mucho que mola no tener un centavo). Jódete, aguanta, brilla el sol. Chazelle trata de despistar al personal, como si quisiera seguir los pasos de aquellas producciones pretéritas, entregándonos un refrescante respiro para endulzar nuestra chunga existencia. El director de “Whiplash” es consciente de la realidad: los musicales han sido relevados del servicio para tales menesteres. En este atasco se rozan por primera vez los dos protagonistas de la película. Ellos, soñadores con ambiciones, nos deleitan con todo el glamour y el romance que Hollywood manufactura para tratar de ocultar las costuras, los déficit, de una sociedad que aún continúa en crisis. Entre muecas y sonrisas cómplices, se confecciona un relato sobre las ansias de éxito y lo efímero de la felicidad; una fábula en la que alcanzar un sueño supone renunciar a otro.

Oteamos el horizonte para redescubrir la edad de oro de Hollywood, una época que tiene su reflejo en la edición y continuidad de una trama que fusiona con acierto los mohines de Emma Stone con la rígida percha de Ryan Gosling; pareja protagonista que supone el mayor acierto de una película (un musical) de tonos irregulares. “La La Land” confirma la incapacidad de Damien Chazelle para escribir más de dos personajes por guión, es pura fórmula camuflada de homenaje, articula una sobredosis de referencias, se pierde en una monótona mitología del jazz y no cuenta con ningún número musical deslumbrante (aunque si tiene algún tema pegadizo)… Aun así, hay una escena, una jodida escena (sí, ya sabéis a cuál me refiero), que desata un torrente desbordado, capaz de dinamitar toda la narración. Es en medio de esta riada, ahogados por la rotundidad del momento, cuando dejamos de lado la mascarada, olvidando la saturación de edulcorante y la maraña de clichés –persecución de los sueños incluida– que hasta ese instante guiaba la trama. Es este un giro que zarandea y retuerce al espectador como pocas veces sucede; un guiño (triste) a lo que pudo ser y no fue. Si el cine es emoción, magia y dolor, “La La Land” es cine grande, contundente y devastador. Porque algunas veces la música continúa, pero la magia no.

Manu Castro
@ManuCastroLSO
(29-01-2017)

 

• Lo mejor: Emma Stone y Ryan Gosling. “City of Stars” y el “epilogue” de Justin Hurwitz y Damien Chazelle.
• Lo peor: La falta de punch en las coreografías. Que este sistema defina el éxito con la dicotomía camarero-cliente.

 

 

Título Original: La La Land | Género: Comedia / Drama / Musical | Nacionalidad: USA | Director: Damien Chazelle | Actores: Ryan Gosling, Emma Stone, Rosemarie DeWitt | Productor: Fred Berger, Gary Gilbert, Jordan Horowitz | Guión: Damien Chazelle | Fotografía: Linus Sandgren | Música: Justin Hurwitz | Montaje: Tom Cross

 

Sinopsis: La película empieza como todo en Los Ángeles: en la autopista. Aquí es donde Sebastian conoce a Mia, gracias a un desdeñoso claxon en medio de un atasco, que refleja a la perfección el estancamiento de sus respectivas vidas. Los dos están centrados en las esperanzas habituales que ofrece la ciudad. Sebastian intenta convencer a la gente en pleno siglo XXI de que les guste el jazz tradicional y Mia sólo quiere acabar por una vez una prueba de casting sin que la interrumpan con un “gracias por venir”. Ninguno de los dos espera que su inesperado encuentro les va a llevar por un camino que jamás habrían podido recorrer solos.

 

 

 

 

 

 

 

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