Dentista tonto-el-culo. El instituto que hay cerca de la casa de mis padres tiene (o tenía) una rampa la hostia de guapa –creo que las sucesivas reformas del edificio acabaron con ella–. Yo la miraba de niño y pensaba: “Tiene que ser acojonante bajarla a toda mecha montado en mi BH azul”. Me parecía una idea estupenda, trepidante y (muy) currada, en plan Evel Knievel a lo asturiano gilipollas. Un día subí aquella rampa, me monté en mi bicicleta y bajé dando pedales por ella. A mitad de recorrido supe que mi idea era pura mierda. Al final...
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