Godzilla, Japón Bajo el Terror del Monstruo (1954)

 

Monstruoso legado atómico.

En el Japón de posguerra, la población vuelve poco a poco a la normalidad. Atrás quedan los horrores del combate y la derrota militar. Las heridas cicatrizan y el dolor se mitiga con la calma de una democracia y una paz impostadas. Sin previo aviso, da comienzo una serie de hundimientos y desapariciones de barcos de pesca y buques mercantes. La frecuencia de los incidentes sugiere que tales calamidades no son fruto del azar. Con carácter de emergencia, las autoridades organizan una comisión de investigación para tratar de dar respuesta a la situación. Mientras, los nativos de la pequeña isla de Odo afirman que el culpable de todo es un monstruo legendario llamado Godzilla (Gojira en japonés); una gigantesca criatura prehistórica que ha sido despertada por la radiación atómica producida por la detonación de bombas de hidrógeno (de las pruebas nucleares realizadas por norteamericanos y rusos en los albores de la Guerra Fría). Se repiten los ataques, la extraordinaria mole revela su aterrador aspecto y dirige sus pisadas a la bahía que baña las costas de la bulliciosa y superpoblada ciudad de Tokio.

Y los estudios Toho inventaron el Kaiju Eiga; en concreto el productor Tomoyuki Tanaka, gran admirador de la película de Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack, “King Kong” (1933) y el director Ishirô Honda, destacado realizador de filmes bélicos. Ambos fijaron la mirada del incipiente cine japonés de monstruos en las producciones norteamericanas de criaturas gigantes (giant monster movies) que se popularizaron a principios de la década de los cincuenta (véase “El Monstruo de Tiempos Remotos”, 1953). El enorme éxito de “Godzilla” alumbró todo un subgénero, propiciando el estreno de una enorme cantidad de secuelas, remakes e imitaciones. Si los yanquis utilizaron la ciencia-ficción y el cine fantástico para advertir (adoctrinar) a la población sobre el peligro comunista, los nipones aprovecharon ambos géneros para enfrentarse a los traumas surgidos de los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki. Una primera lectura podría sugerir que “Godzilla” no es más que una película de evasión, un divertimento neutro donde contemplamos como un lagarto gigante pisotea y destroza un puñado de maquetas de cartón pluma (obra del especialista en efectos especiales Eiji Tsuburaya); nada más lejos de la realidad. De su narración se extraen lecciones mucho más nutritivas; también de la forma de rodar de Honda.

El monstruo Godzilla es una amenaza silente y esquiva (como la radiación) durante la mayor parte del metraje. Se posterga su presentación mientras observamos las consecuencias de la devastación que provoca a su paso. Las víctimas y sus familiares son los protagonistas. Heridos y muertos están siempre presentes, incluso cuando el film se decanta por el espectáculo de destrucción una vez que la criatura se adentra en tierra firme para arrasar la capital japonesa. En todo momento se alza la cauta voz del paleontólogo Kyohei Yamane, que trata de solucionar el problema de manera razonada; hay que estudiar a Godzilla, no destruirlo. La respuesta del gobierno es bombardear a la bestia hasta exterminarla por completo. La operación acaba en un fracaso absoluto y Gojira prosigue su camino, como un conflicto bélico sin fin, donde la razón cae aniquilada bajo la violencia. Es entonces cuando el doctor Daisuke Serizawa revela a la hija de Yamane la existencia de un artefacto que podría acabar con el monstruo. El “destructor de oxígeno” es un artefacto que, de ser utilizado como arma, supondría una amenaza para la humanidad aún mayor que la bomba H. Atormentado por su descubrimiento, decide ocultarlo al mundo, hasta que la presencia de Godzilla le fuerza a hacer uso de él.

“Me he convertido en la muerte, el destructor de mundos”. Al igual que Oppenheimer, Serizawa entrega al ejército un artilugio letal para combatir una amenaza formidable. De sus dudas éticas y morales surge el conflicto del creador que sólo construye devastación. En Los Álamos sabían lo que estaban haciendo. Los máximos responsables del Proyecto Manhattan eran conscientes del fin último de sus investigaciones. Nadie iba a mandar una filmación de la prueba Trinity a Tokio para acojonar a Hirohito. La bomba se probaría en una ciudad para calcular lo incalculable: las consecuencias de la incineración de cientos de miles de personas en un suspiro y la irradiación de otras tantas. Hiroshima y Nagasaki fueron un genocidio perpetrado para establecer el equilibrio de poder de la segunda mitad del siglo XX; un toque de atención a la URSS. Little Boy y Fat Man no pusieron fin a la Segunda Guerra Mundial, diseñaron la Guerra Fría. Porque en la era atómica no hay vencedores. Takeo Murata, Ishirô Honda y Shigeru Kayama lo sabían en 1954. Desde el 16 de julio de 1945, la humanidad se enfrenta a un monstruo que regurgita fuego radioactivo y arrasa ciudades enteras; un ser letal que sólo una nación a lo largo de la historia, organizada esta en torno a los poderes bélicos, ha liberado contra sus semejantes.

Manu Castro
@ManuCastroLSO
(05-08-2011)

 

• Lo mejor: Sus múltiples lecturas más allá del mero espectáculo.
• Lo peor: Considerarla sólo una película de monstruos.

 

 

 

Título Original: Gojira | Género: Drama / Terror / Ciencia Ficción | Nacionalidad: Japón | Director: Ishirô Honda | Actores: Takashi Shimura, Akihiko Hirata, Akira Takarada | Productor: Iwao Mori, Tomoyuki Tanaka | Guión: Takeo Murata, Ishirô Honda, Shigeru Kayama | Fotografía: Masao Tamai | Música: Akira Ifukube | Montaje: Kazuji Taira

 

Sinopsis: Las misteriosas destrucciones de barcos en el Pacífico provocan el pánico. Los nativos de una isla afirman que el culpable es una criatura legendaria, Godzilla; un lagarto mutante convertido en un gigantesco monstruo a causa de unas radiaciones atómicas. Godzilla se dispone a atacar las principales ciudades del Japón.

 

 

 

 

 

 

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