Chernobyl (2019)

 

Lo imposible.

Para mí es la imagen más impactante del siglo XX. Era muy pequeño la primera vez que la vi y se me grabó a fuego en la memoria. Parecía algo imposible, lejos de toda comprensión. Los liquidadores paleando grafito radioactivo desde el tejado de la siniestrada central nuclear de Chernóbil, alimentando, con cada paseo suicida, las fauces de un monstruo que vomitaba unos niveles de radiación inimaginables, capaces de engullir Europa entera y contaminar todo el mundo. Aquellas fueron secuencias de valor y locura, una lucha desigual contra un enemigo invisible y casi invencible. Si alguien en la historia de la humanidad ha merecido el apelativo de héroe, es esa gente, la que se enfrentó y derrotó al átomo en los meses que siguieron a una explosión que sólo encuentra acomodo en la más terrible pesadilla surrealista. La dramatización de lo sucedido que nos ofrece la miniserie de HBO, “Chernobyl”, con sus matices y partes discutibles, nos sube a ese tejado maldito para confeccionar la escena más aterradora que he visto en mucho tiempo. Porque la de “Chernobyl” es, sobre todo, una historia de miedo, de auténtico terror.

Cuando lo que no podía suceder, sucedió. Arranca la miniserie justo dos años después de la catástrofe, en la casa de una de las figuras clave de aquellos días sombríos, Valeri Legásov. Con un impactante monólogo, el guionista Craig Mazin establece la base argumental e ideológica (no creo que esto último sea forzar demasiado) de la propuesta: “el costo de las mentiras”. La producción angloamericana (subrayado) asume que las mentiras, aquí institucionalizadas como parte fundamental del sistema soviético, fueron la condición imprescindible para que se desatara la tragedia. El didáctico e ilusorio juicio (donde observamos los antecedentes del suceso), que ocupa la mayor parte del metraje del quinto y último episodio, incide en esto último y enlaza el improbable discurso de Legásov con su primera alocución. No es un mal planteamiento dramático, pero se queda cojo a la hora de acometer una meticulosa y menos sesgada reconstrucción histórica (para ser sincero, no creo que pretenda ser una lección académica). Y he aquí el talón de Aquiles de este asunto, porque “Chernobyl” cae en la trampa de la distorsión y el maniqueísmo en varios momentos, entregándose a un anticomunismo pueril que introduce a patadas elementos como el Holodomor, que ya me contarán ustedes… No voy a decir que me sorprenda, porque ya me lo temía. Aun así, esto no consigue empañar la calidad del conjunto.

26 de abril de 1986 (1:23:45 horas). El director Johan Renck nos sitúa en la casa de Lyudmilla y Vasili Ignatenko, en Prípiat, ciudad situada a unos pocos kilómetros de la central eléctrica nuclear Vladímir Ilich Lenin (uno de los referentes de la serie es el libro de Svetlana Aleksiévich “Voces de Chernóbil”). Contemplamos atónitos una explosión muda, luego otra más grande y brillante antes de que nos alcance la onda expansiva. Un cañón de luz, proyectado a la atmósfera, ilumina la noche ucraniana. Acababa de ocurrir algo impensable. Nos trasladamos entonces a la sala de control del reactor número 4. Polvo, alarmas y luces de emergencia diseñan una estampa apocalíptica. Al igual que los operarios de la central, el espectador es testigo de un extraño y pausado estado de shock. Lo incomprensible de la situación da paso a la negación de la realidad. Esto se describe con acierto y detalle, tal como lo hizo Grigori Medvedev en “La Verdad Sobre Chernóbil”, obra que, supongo, también habrá formado parte de la documentación de Craig Mazin. Contemplamos la inconsciencia de los actos que siguieron a la destrucción del reactor, la inoperancia de algunos responsables, el valor de los operarios auxiliando a sus compañeros heridos… todo ello en un ambiente ya altamente irradiado. Enseguida llegan los bomberos, los héroes que apagarán un fuego sin igual en la historia del mundo.

El grafito liberado como símbolo máximo del horror. A la mañana siguiente, se reúne en Moscú un comité de emergencia. Legásov espera sentado en uno de los pasillos del Kremlin. Comienza a leer el informe oficial y palidece de puro terror. Cada dato sobre lo ocurrido es más escalofriante que el anterior: “cada átomo de uranio es como una bala”. Los roentgen siempre presentes. El viaje en helicóptero nos acerca al escenario donde se representa la más pavorosa de las funciones. La atmósfera es sobrecogedora. La fotografía de Jakob Ihre recrea con acierto la sobriedad estética de la URSS, la austeridad soviética, con el “Stalker” de Tarkovski como referente visual más evidente. En este sentido, el feísmo de la arquitectura de la central nuclear potencia la angustia que genera ese escenario de pesadilla. La (no) música de Hildur Guðnadóttir es el culmen de una ambientación cautivadora, hipnótica. Por momentos parece que estemos contemplando una ensoñación alejada de la realidad. Los liquidadores, el éxodo, la limpieza, los perros, los ataúdes de zinc, el sonido del contador geiger, los mineros, el hospital número 6, los helicópteros arrojando toneladas de boro y arena, los robots sucumbiendo ante la radiación… La guerra contra lo ininteligible, lo irreal. Y volvemos a ese maldito tejado al que se subieron 3828 “biorobots” para morir, para salvar a millones.

Manu Castro
@ManuCastroLSO
(29-05-2019)

 

• Lo mejor: Jared Harris y Stellan Skarsgård. Su potencia visual.
• Lo peor: El exceso de sordidez. Se condensan demasiados personajes en la ficticia figura de Uliana Homiuk. Todas sus “licencias artísticas” van en la misma dirección. Nos perdemos el diseño y la construcción del sarcófago.

 

¿Sabías que…? La noche del 26 de abril de 1986 se estaba realizando una prueba de seguridad en la central nuclear Vladímir Ilich Lenin de Chernóbil, en la RSS de Ucrania, Unión Soviética. La prueba consistía en saber cómo reaccionaría la central ante un corte repentino de energía eléctrica, por lo que fue desconectada y conectada de nuevo a la red. Por motivos que aún hoy son motivo de debate (se especula con un defecto de fabricación), en el reactor número 4 se produjo un aumento súbito de potencia. Esto provocó un sobrecalentamiento del núcleo del reactor y, finalmente, una explosión de hidrógeno que destruyó la tapa de 2000 toneladas del mismo y el edificio que lo contenía. A la atmósfera fueron expulsadas grandes cantidades de dióxido de uranio, carburo de boro, óxido de europio, erbio, aleaciones de circonio y grafito, todos ellos materiales radiactivos y tóxicos, en una proporción 500 veces superior a las explosiones atómicas de 1945 en Hiroshima y Nagasaki.

 

Serie comentada en el episodio 2 de “La Sala Oscura (El Podcast)” – Escúchalo aquí.

 

 

Título Original: Chernobyl | Género: Drama | Nacionalidad: USA / Reino Unido | Director: Johan Renck | Actores: Jared Harris, Stellan Skarsgård, Jessie Buckley | Productor: Sanne Wohlenberg, Jane Featherstone, Craig Mazin | Guión: Craig Mazin | Fotografía: Jakob Ihre | Música: Hildur Guðnadóttir | Montaje: Jinx Godfrey, Simon Smith

 

Sinopsis: El 26 de abril de 1986, una de las peores catástrofes humanas se cierne sobre la faz de la tierra. La planta nuclear de Chernobyl, que por aquel entonces pertenecía a la República Socialista Soviética de Ucrania, explota causando uno de los mayores desastres medioambientales de la historia, debido al sobrecalentamiento del núcleo del reactor nuclear. Esta serie se centra en los hombres y mujeres que sacrificaron sus vidas para salvar al resto de Europa de unas consecuencias aún mayores de las sufridas. Además, gira en torno a la figura de Boris Shcherbina, Vicepresidente del Consejo de Ministros y jefe de la Oficina de Combustibles y Energía de la URSS, a quien le asignan la tarea de dirigir la comisión del gobierno de Chernobyl durante las primeras horas del accidente, antes de conocerse todos los datos y de las graves consecuencias ocasionadas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Último visionado: 29/05/2019 (HBO) | 28/03/2022 (Blu-Ray)